viernes, 2 de octubre de 2009

REALIDAD E ILUSION

Por: Julio Gerardo Pomar

En 1951un pediatra y psicoanalista británico llamado Donald Winnicott presentó un interesante trabajo ante la Sociedad Psicoanalítica Británica titulado “Objetos y Fenómenos Transicionales.” El trabajo se refería a la inveterada costumbre que tienen las madres de entregar a su bebé de pocos meses un objeto, como una manta, un osito, una almohadita, para que el bebé se aficione a él. El objeto será usado como juguete por el niño, lo abrazará, lo chupará y el objeto adquirirá su olor, cumpliendo una función sedante, tranquilizante, cuando el bebé llora, se siente abandonado por su madre o simplemente llega la hora de dormir.

Winnicott dice que este objeto es la primera posesión “no yo” del bebé, no es parte de su cuerpo, no es su dedo o pié que chupa, pero tampoco lo percibe como totalmente ajeno a él. Forma la primera zona intermedia de su experiencia entre su realidad interior y el mundo exterior, entre su mundo subjetivo y el mundo objetivo de las personas y cosas “reales.” Por eso llamó a este elemento “objeto transicional”, y “fenómenos transicionales” a las actitudes tales como los balbuceos del pequeño, y a sus pequeñas melodías copiadas de las que le cantan a la hora de dormir.

Dice Winnicott que no solo existe para cada individuo un mundo doble, la realidad exterior y su mundo interior, que puede ser rico o pobre, que puede estar en paz o en guerra. El hace un planteamiento triple: “...existe la tercera parte de la vida del ser humano, una parte que no podemos ignorar, una zona intermedia de experimentación, a la cual contribuyen tanto la realidad interior como la vida exterior...que existe como lugar de descanso para el individuo metido en la perpetua tarea humana de mantener separadas, y a la vez interrelacionadas, a la realidad interior y la exterior...Lo que hago es reclamar la existencia de un estado intermedio entre la incapacidad y la capacidad creciente del pequeño para reconocer y aceptar la realidad. Por consiguiente, estoy estudiando la sustancia de la ilusión, aquello que le es permitido al pequeño y que en la vida adulta al arte y a la religión. Podemos compartir el respeto por la experiencia ilusoria y, si lo deseamos, podemos reunir y formar un grupo sobre la base de la semejanza de nuestras experiencias ilusorias. Esta es una de las raíces naturales del agrupamiento entre los seres humanos. Y sin embargo, es marca de locura que un individuo exija demasiado de la credulidad de los demás, forzándolos a reconocer que se comparta una ilusión que no es la de los demás.”

Estas citas y las reflexiones que le siguen surgieron en mi a raíz de conversaciones con un antiguo MST, muy inquieto y preocupado por sus lecturas de un material que recogió de sus zambullidas en Internet. Tiene que ver también un libro escrito por un ciudadano español, Enrique Orfila, ya fallecido, quien fuera miembro de la Sociedad Teosófica en la India. El alude en su libro a sus relaciones con los Mahatmas mencionados en la literatura teosófica, reclamando haber desarrollado facultades clarividentes en alto grado, y exponiendo sus peculiares puntos de vista sobre estas cosas. También hay artículos y revistas en Internet, pertenecientes a diversos grupos y autores interesados en la corriente de pensamiento que se denomina esoterismo, nombre bajo el cual se cobijan las más variadas ideologías y peregrinas elucubraciones que puedan concebirse. En este material encontramos entrevistas a personajes que, muy sueltos de huesos, afirman categóricamente tener contactos y relaciones con los seres conocidos en la Teosofía como Maestros de Sabiduría. Acá abundan las menciones a Maestros Ascendidos, Arcángeles, Shangrilas, Rayos, y cosas así. Por supuesto, tampoco pueden faltar los mensajes de los Maestros y otros seres aún más elevados.

Descontando todos los beneficios crematísticos y psicológicos que pueden traer las afirmaciones categóricas de que una persona, un grupo o una editorial, son centros intermediarios entre la humanidad y los seres iluminados, una especie de estación intermedia entre el cielo y la tierra; descontando las gratificaciones a la auto-estima que puedan proporcionar estas creencias; aceptando la sinceridad de afirmaciones y enseñanzas, por más descomunales y bizarras que puedan ser, queda siempre la duda y los interrogantes sobre el origen y causa de este fenómeno intelectual, psicológico y hasta antropológico.

En mi opinión, es aquí donde tienen aplicación los estudios de Winnicott sobre la experiencia ilusoria, sobre ese maravilloso aspecto del alma humana que le permite atesorar los objetos más entrañables de su vida subjetiva, en ligazón estrecha con el material que recoge del mundo exterior. Es esa “realidad” fabricada por nuestros anhelos más queridos, por nuestros más caros ideales, los que mezclados con información entresacada de la literatura teosófica permite elaborar creencias que pueden hacer que la vida y la realidad sean más aceptables. Y mejor aún si la adhesión de otros seres humanos refuerza la convicción adquirida.

Quien escribe estas líneas ha sido teosofísta la mayor parte de su vida, y en aras de la lucidez intelectual y el discernimiento imprescindibles en la búsqueda de la Verdad, no puedo concluir estas reflexiones sin preguntarme: ¿ y como andamos por casa? Es innegable que fue de los libros teosóficos de donde salió mucha de la información que manejan los movimientos de la Nueva Era y otros, pero esa información teosófica era original, nueva, y estaba en el contexto de una ideología y filosofía firmemente sustentada en textos antiguos de las principales religiones del mundo, incluso ya desaparecidas. No fue nunca la literatura teosófica un balbuceo intelectual, disimulado en una caudalosa improvisación de lugares comunes, como ahora es usual encontrar en Internet, sino que fue y es un corpus de ideas organizadas y válidas por si mismas, apoyadas en una antigua tradición de sabiduría. No son lo mismo los escritos de Blavatsky, Besant, Leadbeater y otros, que la innúmera, colorida y curiosa literatura que ahora circula, llena de afirmaciones cuyo sustento está en la subjetividad de sus autores.

Ahora creo que cabe preguntarnos cual es nuestra actitud ante las enseñanzas de la antigua Tradición de Sabiduría. ¿Es nuestra actitud la de un verdadero investigador? ¿Verdaderamente estudiamos las enseñanzas y reflexionamos para ver si las aceptamos o las tenemos como hipótesis? ¿Aceptamos todo a rajatabla porque quien lo dijo es un personaje ilustre? Es importante que dilucidemos si somos verdaderos investigadores de la Verdad o si hemos convertido la filosofía teosófica en un conjunto de creencias, en una mantita con la que nos arropamos o en un osito que abrazamos para tranquilizarnos.